Hace tres meses, llegó de un país lejano, un país exótico, una niñita que estiraba muy despacito de un hilo rojo. Ese hilo fue haciéndose más corto, hasta llegar al extremo opuesto, en Madrid. Otro hilo rojo llegó a mis manos para que formase parte de la madeja, poco después se estiró hasta trenzarse en una tela de seda y cosió una muñeca que viajó de nuevo hasta la niñita Zoe.
Risas y besos suenan ahora en mis oídos, la felicidad de Zoe que se quedó conmigo en los retazos de tela e hilo que todavía siguen en mi taller.
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